Celebramos el Miércoles de Ceniza, en que los católicos estamos convocados a renovarnos y a caminar hacia la Pascua. Este camino pasa por la conversión, la renuncia y la humildad. Y todo ello no es posible sin la oración, ayudada por el ayuno y la limosna. Oración constante a Dios, pidiendo su ayuda, reconociéndolo como ese Padre misericordioso que nos tiende los brazos y nos ofrece a su Hijo, Jesucristo. El ayuno, como dijo Benedicto XVI, contribuye a acrecentar la intimidad con Dios, facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. La limosna nos ayuda a vivir la caridad con los hermanos, a desprendernos de lo superfluo para quedarnos con lo esencial, a dejar el "tener" para llegar al "ser".
En este día, la conversión comienza por reconocer nuestra fragilidad y la necesidad que tenemos del amor de Dios.
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